Borrando huellas del temporal

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Los equipos técnicos del Ayuntamiento de Santander y diversas empresas especializadas trabajan a tope estos días en El Sardinero santanderino para borrar cuanto antes las huellas del reciente temporal que tantos y tan graves desperfectos causó. Hoy por la mañana me acerqué allí para fotografiar determinados puntos. He seleccionado cuatro testimonios representativos. Mi saludo a los profesionales que laboran para que el escaparate turístico de la capital de Cantabria recupere pronto su mejor aspecto y lo acontecido sea sólo un mal recuerdo. En esta primera foto (imagen superior) vemos centenares de piedras que depositaron las olas en la playa, siempre de arena fina y muy limpia. Así ha quedado de momento el lugar hasta que sean retiradas (y muchas más que hay por otras partes) y recupere su bella estética habitual.

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En este punto hay que volver a montar todos los tramos de barandilla que desaparecieron a golpe de olas y reconstruír la rampa de adoquín y cemento, también destrozada.

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Qué extraordinaria fuerza la del mar para destruír lo que aparece aquí: arrancó azulejos, placas de piedra, trozos de cemento, etc.

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El movimiento de arena propiciado por el temporal y las mareas ha dejado a la vista en la segunda playa esta enorme formación rocosa. Sorprendente Sardinero. Y como complemento visual, he aquí otro video que grabé hace unos días donde más azotó el temporal. Si el mar en marea alta estaba así “en calma”, no cuesta nada suponer cómo debió estar en aquella inolvidable noche…

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Para finalizar, adjunto el artículo (foto) que escribí en EL DIARIO MONTAÑÉS sobre el tema. Reproduzco su texto:

Un tal Albert Einstein afirmó hace muchas décadas que “la naturaleza esta constituida
de tal manera que es experimentalmente imposible determinar sus movimientos absolutos”. Muchas décadas después el hombre sigue comprobando que si no respeta la naturaleza y le otorga la importancia que tiene, de vez en cuando las pasará canutas. La reciente ciclogénesis explosiva, traducida en temporales de costa, lo ha demostrado. Y, en determinados casos, cerca. Lo malo es que tal reflexión sólo se la plantea el homo sapiens cuando sufre, y en cuanto mejora el tiempo se le olvida. Bueno, se le olvida hasta que el entorno decide gritar de nuevo aquí estoy yo, y vuelta a las andadas.

Como ejemplo rotundo, el mar ha dejado huellas indelebles de poderío. El mar, sí, que acongoja cuando ruge, cuando exhibe olas gigantescas. O sea, cuando marca territorio, por fortuna no con frecuencia. Pero cuando lo hace, el hombre (de ordinario tan soberbio y altivo) se ancongoja ante él. Fue Aristóteles quien dijo que “la naturaleza nunca hace nada sin sentido”. Seguro. A menudo los humanos padecemos, en forma de virulentas reacciones, la consecuencia de nuestros irresponsables actos. Ignoro quién será capaz de ponerle el cascabel a un gato tan arisco, pero lo cierto es que algún día, algún año, algún siglo de estos habrá que hacerlo. Si no, las futuras generaciones de habitantes de la Tierra seguirán temiendo al clima. Nadie se librará mañana –como nadie se libra hoy- de la dinámica propia del planeta; dinámica que no es sinónimo de ira, como determinado segmento de la ciudadanía considera rozando lo esotérico, sino simplemente el imparable desarrollo de ciclos y leyes no escritas repetidos desde la noche de los tiempos.

“El arte, la gloria y la libertad se marchitan, pero la naturaleza siempre permanece bella”, escribió Lord Byron. Es obvio que si en vez de tratar de dominar a nuestra madre común –y, de manera reiterada, agredirla vía lucro económico- nos dedicáramos a admirarla y protegerla otro gallo nos cantaría como especie. Seamos humildes y prácticos. Tomemos nota de sus lecciones. Aprendamos.